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12 mayo 2010

La viga en el ojo propio

Sin lugar a dudas, el ser humano es fascinante. Y cuando se tiene algún tipo de transtorno obsesivo-compulsivo, como es mi caso, el simple hecho de vivir se convierte en toda una odisea. Ríome yo de la Odisea de Homero, aunque claro está que cada uno vive y siente a su manera y no es comparable a la de ningún otro.

Llevaba ya una temporada transitando por los peajes de la vida, aquellos que pagamos, sin darnos cuenta, con un cachito de nuestra alma a cambio de poder seguir avanzando en nuestro camino. Intentaba evitar aquellas situaciones en las que sabes que acabarás tocado y hundido durante un tiempo ya que no me conviene, pero la complejidad de las situaciones en las que se mete uno mismo a veces sobrepasa los límites que yo mismo me he marcado. Es indudable que los problemas no surgen porque sí, sino que somos nosotros mismos los que, con nuestros actos o nuestras palabras, hacemos que broten a nuestro alrededor.

Cierta es, pues, la frase "el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra". Aunque yo diría que tropieza infinidad de veces. Incluso tropieza cuando intenta evitar la piedra que cree que hay, pero que en realidad no existe. Nunca he sido un santo, eso lo tengo muy claro. Y soy consciente de que he herido sin remedio a mucha gente de mi alrededor y, sobretodo, a gente que estaba en mi mismo circulo de conocidos y que el tiempo ha hecho que dejara atrás como el lastre de un globo aerostático. Sé que, por ellos, debería disculparme, cambiar mi manera de ser, rectificar y empezar a hacer las cosas bien. Pero no puedo. O no quiero, no lo sé realmente.

Es muy fácil, para la gran mayoría, el dejarse llevar por los cánones de lo normal que marca la sociedad. Eres un bicho raro si tienes 29 años, vives a 70 kilometros de tu familia, no tienes amigos y compartes piso con dos chicos a los que apenas ves porque no quieres relacionarte con ellos. Es curioso como, al igual que los lobos, nos vamos reuniendo en manadas para no quedarnos solos. Pero ese no es el verdadero motivo. Si no queremos quedarnos solos es por miedo a no poder enfrentar las cosas por nosotros mismos, sin ayuda de nadie. Es más fácil superar un error cometido cuando tienes a alguien que te va dando palmaditas en la espalda diciendote que no es tan grave y que todo mejorará. Pero no mejora, no es así. Y no lo hace porque sólo nosotros tenemos el poder de cambiar las cosas, pero cuando escuchamos esas frases, perdemos el empeño de luchar por nosotros mismos, algo que ha demostrado, con el tiempo, que hace a las personas más grandes de lo que son por sí mismas.

Entonces, ¿porqué seguimos culpando a los demás de nuestras desgracias? Afrontemos la realidad. Nunca alguien sufre sin merecerlo. Quizá suene duro dicho de esta manera, pero es una realidad tan grande como el sol que nos alumbra. Ya va siendo hora de curarse uno mismo las heridas. Anclarse en el pasado no sirve más que para no dejar que el alma se cure.

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