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22 febrero 2012

Luces y sombras

Cuando la ciudad se duerme, las luces se apagan y las sombras toman sus calles, es cuando llego a casa. Entonces, me siento delante de la pantalla y la enciendo. Su fría luz me ilumina los ojos, pero no calienta mi piel. Delante de mi, un cursor parpadeante espera mi primera palabra. A kilómetros de allí, otra fría luz ilumina otro rostro. De repente un sonido seco se escapa de los altavoces conectados al ordenador. Es un mensaje nuevo. Lo abro. Es ella. De repente, la fría luz se vuelve cálida. "Hola!". De nuevo el cursor espera inquieto a mi respuesta. Las palabras fluyen solas, una detras de otra, como las notas de una bella sinfonía para dos instrumentos. Mi pulso se acelera. Los segundos corren sin piedad, acelerando el tiempo sin contemplaciones. Risas, alguna canción, algún video de la red. "Tengo ganas de verte". Se me escapa solo, casi sin pensarlo. Mi mente parece hacer cedido el control al alma. Tarda en contestar. El tiempo se congela. 'Mierda', pienso. El cursor se mantiene parpadeante, pero esta vez lo hace más lento. "Yo también", contesta. Recupero la respiración. Ahí, en ese momento, todo cambia de repente. Algo me dice que tardaré en volver a verla. Quizá incluso en volver a hablar con ella. "Me voy a dormir". La luz se vuelve fría de nuevo. Y las sombras se acuestan a mi lado una noche más. Sé que debería rendirme, dejar de volver cada noche al brillo de esa luz fría, pero es mi luz, y es lo que me guía a seguir. Algún día, los miedos se desvanecerán, no habrán más cursores espectantes ni kilómetros de distancia. Las noches dejarán de ser protagonizadas por mensajes y dejarán paso al calor de dos cuerpos abrazados alcanzando sueños no escritos. Entonces, miraré a los ojos que se escondían detrás del cursor y podré decir: "ya te dije que valía la pena luchar".